Que no se asuste la Cofradía de San Marcos de los zapateros, ya que no pienso arrebatarle el título de ser la cofradía viva más antigua de Barcelona. Hoy quiero hablar de la que podía haber sido la cofradía más antigua de Cataluña… si hubiera seguido viva, ya que desapareció hace muchísimos años. Me refiero a la Cofradía de Santa Eulalia, que nació en el Monasterio de Santa Eulalia del Camp de Barcelona. Para el mundo cofrade catalán, esta entidad tiene su gracia, ya que es la entidad más antigua que usaba el título de cofradía (confraternitas), y además se conservan unos estatutos, redactados nada más y nada menos que en el año 1156.
Pero vayamos poco a poco. Nos situamos en la Barcelona de mediados del siglo XII. Una ciudad pequeña, que a duras penas se extendía fuera de las murallas romanas. Era una ciudad poco poblada, más si la comparamos con otras ciudades del momento, como podían serlo París, Siena o Florencia, y se abastecía básicamente de los campos fértiles que la rodeaban. A su alrededor destacaban los monasterios de Sant Pau del Camp, Sant Pere de les Puel·les, Santa Anna y Santa Eulalia del Camp, este último situado aproximadamente donde hoy estaría el Arco del Triunfo, en la puerta norte del Parque de la Ciudadela.
El Monasterio de Santa Eulalia
del Camp era un monasterio antiquísimo, ya documentado en el siglo IX, aunque
acabó por abandonarse en alguna de las razias o saqueos que sufrió la ciudad. En
el año 1140 ya actuaba en su iglesia una Cofradía de Santa Eulalia, porque está
documentado que recibía donativos. Esta cofradía, según dicen los propios
cofrades, fue fundada en tiempos del obispo San Olegario (†1137), que hizo en
su diócesis una gran reforma para enriquecerla espiritualmente. Los estatutos
recuerdan que la iglesia del monasterio estaba derruida y deshabitada, y que
san Olegario fundó la cofradía para ayudar a la remisión de los pecados de sus
fieles. Su sucesor, el obispo Guillermo de Torroja, siguiendo estas ganas
reformadoras, en 1155 estableció en el monasterio de santa Eulalia una
comunidad de canónigos agustinianos, y en 1156 redactó unos estatutos para la
Cofradía de Santa Eulalia, que seguramente no disponía de ellos. Estos
estatutos se han conservado, siendo de los más antiguos del Principado.
La Cofradía de Santa Eulalia, según
se desprende de este documento, era una entidad que tenía una función
claramente espiritual. El obispo Guillermo deseaba que sirviese para ayudar a
“la remisión de los pecados, a tener fe en la vida eterna y adquirir la gloria
de Dios”. Cada año, durante la fiesta de Santa Eulalia “in Adventu”, es decir
la fiesta de Santa Eulalia de Mérida (10 de diciembre) se celebraría en la
iglesia una misa en sufragio por las almas de los cofrades difuntos, con la
participación de todos los cofrades que sean sacerdotes. Ese día también se
haría una fiesta y se compartiría mesa con los pobres.
Se establecía también la cuota de ser cofrade. Cada año, durante la cosecha, cada cofrade daría a la cofradía una cuartera de trigo o en su lugar dos “solidos” (monedas de plata), que se utilizarían para dar de comer a los pobres. También cada cofrade daría dos denarios para que la lámpara del altar de santa Eulalia estuviese siempre encendida y provista de combustible. Se recomendaba también que si algún cofrade hacía testamento, se acordase de la Cofradía y dejase en herencia aquello que buenamente considerase; a cambio podría enterrarse en la iglesia del monasterio de Santa Eulalia.
La cofradía tenía una vertiente humana importante. Los estatutos establecían que si algún cofrade enfermaba, que los otros cofrades benignamente le visitasen, y pidiesen a los canónigos del monasterio que rezasen por su alma. También se pedía que los cofrades que fueran pobres pudieran ser enterrados en la iglesia sin coste alguno y “con los mismos honores” que cualquiera. También, y como curiosidad, si algún cofrade necesitaba ir de peregrinación a Jerusalén para conseguir la absolución de alguna falta muy grave, la Cofradía facilitaría de su propio dinero la ayuda necesaria para que pudiese emprender el viaje.
Como colectivo humano, la Cofradía también preveía las disputas y las riñas entre cofrades, estableciendo que “si surgiese alguna contienda o discordia entre cofrades, antes de subir el clamor a la curia diocesana o a la sede de Barcelona, que los cofrades intenten resolverla entre ellos mismos” pidiendo a todos los miembros de la Cofradía que colaboren para fomentar la paz.
Un capítulo aparte de los estatutos hace referencia a que los canónigos del monasterio tenían la obligación de rezar treinta misas por el alma de un cofrade difunto, y que sus nombres habían de inscribirse en el “martirologio” para que constase el aniversario de su muerte, y sus nombres fuesen leídos y tenidos en cuenta cada año, de manera que se oraba por el alma del difunto en el aniversario de su muerte. Las clases sociales influían, ya que si eras un cofrade clérigo rezaban siete misas, pero si eras laico, solo una.
La función asistencial de la cofradía no acabaría solo con las limosnas a los pobres y la ayuda a los cofrades necesitados, sino que también se harían cargo de un hospital de pobres y peregrinos. Era el llamado Hospital de Santa Eulalia, que se fundó gracias a las donaciones de algunos cofrades, como por ejemplo la de Guillerma, hija de Bonisia, que en el año 1211 dio una tierra situada enfrente del monasterio para que se construyese un hospital. Esta obra la remató de manera importante la aportación de Berenguer de Canet, que ya había montado su propio Hospital de pobres en la cercana capillita de San Salvador, pero lo traspasó al monasterio de Santa Eulalia en el año 1297. Este hospital estaba abierto a pobres, peregrinos y niños abandonados.
La cofradía de Santa Eulalia fue decayendo a medida que avanzaba la edad media. La comunidad de canónigos, por la pequeñez del monasterio, acabaron por marcharse y acabaron por unirse a la comunidad de Santa Ana de Barcelona, abandonando el monasterio de Santa Eulalia. Más tarde el hospital, que sufría de problemas económicos, acabaría por incorporarse en 1401 al Hospital de la Santa Cruz, dando por acabada la obra hospitalaria de la cofradía, que suponemos que desaparecería poco tiempo después.
Bibliografia
- Jesús Alturo i Perucho, L’arxiu antic de Santa Anna de Barcelona del 942 al 1200. Aproximació histórico-lingüística, Barcelona: Fundació Noguera, 1985.
- Ángel Fábrega i Grau, Santa Eulalia de Barcelona. Revisión de un problema histórico, Roma: Iglesia Nacional Española, 1958.
- Lluis G. Feliu, «L’Hospital de Santa Eulalia del Camp», Miscel·lània Finke d’historia i cultura catalana, Barcelona, 1935, pp. 291-306.
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