Xavier Alarcon i Campdepadrós
Vamos a dar un vistazo al pasado, a ver como se celebraba el Jueves Santo en la época de nuestros abuelos (y bisabuelos). Durante estos días las fábricas cerraban, estaba prohibida por decreto la circulación de carros y coches por la Ciudad, y hasta los trenes reducían los horarios de viajes. Las señoras iban vestidas de riguroso negro, los hombres vestían tan elegantemente como podían, y los señores de casa buena lucían jaqués, levitas, sombreros de copa, etc. Los novios no podían festejar estos días, y cada uno iba con su respectiva familia, sin verse. Eran días de luto, en el sentido más estricto de la palabra.
El Triduo empezaba el Jueves cuando, según describen los Evangelios, Jesucristo instituyó la Eucaristía con la Última Cena. El Jueves Santo, pues, era un día eucarístico, dedicado a la meditación de este Sacramento. La Misa de la Cena del Señor empezaba con cierta normalidad, hasta que al canto de Glòria sonaban las campanas de forma especialmente intensa, puesto que restarían enmudecidas hasta el Sábado Santo en señal de luto por la muerte de Jesucristo. Hasta el sábado, todos los toques de las campanas se sustituían por toques de la matraca, que era un instrumento circular de madera con muchos martillos, también de madera, que picaban los unos contra los otros a medida que giraba la matraca. Durante la Misa del Jueves Santo el sacerdote consagraba dos Hostias en vez de una (se tiene que recordar que antiguamente el pueblo no comulgaba dentro de la misa, solo lo hacía el sacerdote). La primera era consumida por el sacerdote durante la Misa del Jueves, y la segunda se guardaba para hacer la reserva eucarística acabada la celebración. Esta Hostia Consagrada sería utilizada el día siguiente por el sacerdote, puesto que el Viernes Santo no se celebra la Misa. Una vez finalizada la Eucaristía el sacerdote celebrante cogía la Hostia que había sobrado y hacía una procesión para ir a reservarla. Mientras se hacía la procesión se iba cantando el himno *Pange *lingua.
Para la celebración de la reserva de la Hostia Consagrada se decidió, ya de tiempo antiguo, hacerle un envoltorio digno, un lugar destacado donde el pueblo le pudiera rendir culto de manera especial durante el Jueves Santo. Y para esto se idearon los Monumentos, que eran grandes construcciones efímeras de madera, cartón y ropa, decoradas con multitudes de palmas y centenares y centenares de cirios que quemaban ante la urna donde se guardaba la Hostia consagrada.
Los monumentos eran construcciones muy vistosas, tanto, que la gente cogió la costumbre de salir a pasear el Jueves Santo para ir a "seguir monumentos". Todas las iglesias hacían su propio Monumento, tanto las parroquias como las iglesias de los conventos, monasterios y colegios. La concurrencia de gente que iba a ver los monumentos solo por curiosidad era tan grande que las autoridades eclesiásticas se quejaban de la poca sinceridad de los fieles y más de una vez hacían bandos y proclamas exhortando a la quietud, silencio y devoción.
La palabra monumento viene del latín y significa sepulcro. Esta palabra se puede prestar a confusión porque estrictamente los monumentos no nacieron con la voluntad de representar el sepulcro, puesto que hasta el Viernes Santo no se rememora la muerte y sepultura de Jesucristo. La devoción popular, pero, fue asimilándolo, y al final se conoció como "el sepulcro". Hasta al punto que, tal y como dice el evangelio, se imitaron los guardias romanos que velaban la sepultura de Jesús. Es por eso que en muchos puntos de Cataluña, y de forma especial en Barcelona, se inició la costumbre de colocar guardias permanentes vigilando el monumento. No hay que ser muy espabilado para comprender que estas soldados romanos eran el origen de los famosos Armats, que inicialmente no tenían ninguna función procesional sino de decoración.
Los monumentos existieron hasta el Concilio Vaticano II. A partir de aquí se suprimieron estas decoraciones efímeras i se obligó a que el sagrario se viera lo más senzillo posible y poco decorado.
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