El Beato Joan Roig Diggle y la grandeza de la Sencillez

Beato Joan Roig Diggle


Xavier Alarcon i Campdepadrós


La santidad es un concepto apartado del lenguaje común, incluso a veces del propio lenguaje de los cristianos. La santidad se percibe como algo ajeno, absolutamente desvinculado de nuestra cotidianidad. Nos es indiferente ser o no ser santos porque, simplemente, percibimos que es algo que no nos afecta.  Es algo de curas, monjas y gente mística. En el mejor de los casos, quizás entendemos que la santidad de otros puede sernos de ayuda, ya que creemos que la intercesión de los santos y las santas puede ablandar el corazón de Dios para que nos mire con benevolencia. Pero si planteas a cualquiera si quiere ser santo, seguramente desconfiará de la propuesta, ya que solemos tener en mente las imágenes de yeso de las iglesias, imágenes tan celestiales… como aburridas y lejanas. Seamos sinceros, la televisión e internet nos han machacado demasiado con la idea de que hemos venido a este mundo solo para divertirnos y ser felices, como para que ahora la santidad nos resulte atractiva.

El problema aquí es que se ha perdido el sentido original de la palabra santidad. El papa Francisco en su obra Gaudete et exultate nos intenta ayudar a ver con mejores ojos este concepto.  El papa imagina la santidad como algo cotidiano, algo que habita en nuestro interior, algo que, aunque no lo sepamos aún, viene de Dios mismo, y que nos ayuda a ser mejores personas. “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios [cuando es] paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante.” (GE 7)

En este marco de constancia y paciencia es donde propongo conocer un poco la figura de Joan Roig Diggle (1917-1936). Un joven de Barcelona, asesinado a los 19 años dentro de la vorágine caótica que fue la Guerra Civil Española y que será beatificado el próximo 7 de noviembre de 2020, en la basílica de la Sagrada Familia.

Su vida fue corta, muy corta. Seguramente muchos de los que leáis esto ya seáis más mayores. Pero es curioso cómo puede ser tan ejemplarizante, ya que en su brevedad destaca su intensidad. Él era hijo de una familia de pequeños burgueses del Eixample de Barcelona, que vivían cómodamente. Como él había muchos, así como ahora también hay muchos chicos y chicas así en Barcelona, que estudian, juegan y se relacionan sin muchas preocupaciones. Fue bautizado en la parroquia de la Concepción y pasó allí su infancia y su primera adolescencia. Alumno aplicado, destacó en los estudios, siendo elogiado por ello por propios y extraños. En 1927 cursa estudios superiores en los Escolapios de la calle Diputación, haciendo grandes amigos que lo acompañarían lo poco que le quedaría de vida. Su pequeña existencia era cómoda, muy lejos de las duras jornadas de las fábricas, de las enfermedades causadas por la pobreza o de los barrios marginales de barracas, que también existían en la Barcelona de aquel momento, como también existen ahora.

Pero en 1934 pasó la desgracia de que su padre, Ramón Roig, que trabajaba en una empresa textil, se arruinó en los negocios. La familia, sin recursos, tiene que renunciar a su mediana y confortable vida, y deciden irse al Masnou (Maresme) a vivir de manera más humilde porque Barcelona es demasiado inasumible. La desgracia no avisa, simplemente actúa, como sucede ahora con muchas familias que sufren los efectos económicos y sociales de una pandemia que no son capaces ni de entender. Joan Roig, con 17 años, tiene que abandonar los estudios para ponerse a trabajar y aportar dinero a casa. Sus ilusiones de futuro, que eran prometedoras, se rompieron como cristal delante de sus narices.

Pero aquí es donde radica la grandeza del pequeño Joan. Él no fue el culpable de su desgracia, él no quiso que su familia se arruinase. Tenía todo el derecho del mundo a sentirse estafado y engañado, ya que él era inocente. Podía sentirse abandonado por Dios y recriminarle que era injusto que ellos, que eran buena gente, se vieran abocados a la pobreza. Pero en cambio no lo hizo. Es más, los últimos dos años de vida fueron los más provechosos para Joan, los que más dedicó a pensar, a meditar la realidad de la vida, y sobre todo a sentirse necesitado de Dios. Ante la fragilidad del mundo burgués y terriblemente gris que representaba Barcelona, en Masnou Joan quiso aspirar a una realidad de vida más grande, noble, y sobretodo auténtica. Ante esta decisión de Joan, uno mismo no puede dejar de preguntarse como reaccionaria si la vida se le arruinase de un día para otro…

Joan Roig se apunta a la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña, entidad dedicada al fomento de los valores cristianos en la juventud, y siente un deseo enorme de llevar a Dios a los demás. Se hace catequista en la parroquia de Sant Pere del Masnou, participa activamente de las actividades de la Federación, profundiza su relación con la Misa como nunca antes lo había hecho… Todo pasó muy rápido, incluso parecía que tenía prisa, dado que, aunque nadie lo imaginaba, le quedaban solo dos años de vida. Entregó toda la pasión de su juventud a intentar ser mejor persona.

Llegó el julio de 1936 y la Guerra estalló. Aunque todos intuían la tormenta, nadie pensó en comprar paraguas. La Iglesia fue expuesta al exterminio, y no solo hablo de curas y monjas, sino de todos los cristianos y cristianas de buena voluntad. Los asesinatos se multiplicaban exponencialmente, y la gente sintió verdadero terror. Joan Roig tuvo que presenciar la destrucción de Sant Pere del Masnou y los locales de la Federación donde él colaboraba. Ante esto, él optó por no acobardarse, se arriesgó y siguió siendo cristiano, aun cuando nadie se lo pedía. Como Joan seguía trabajando en Barcelona para mantener a su familia, aprovechaba estos viajes para visitar a un sacerdote de su confianza, Mn. Pere Llumà, que le daba la Eucaristía para que Joan la llevase, a escondidas, a gente del Masnou. Hasta que el día 11 de setiembre de 1936 le interceptaron, la arrestaron y le asesinaron. Que poco daño que hizo… pero que duro fue el castigo.

El martirio es algo que supera el entendimiento de nuestro mundo moderno. Nadie es capaz de justificar que alguien no defienda su vida, porque la vida lo es todo, y sin vida no hay nada. La supervivencia está dentro de nuestro instinto más primario, y tenemos grabado a fuego que uno mismo no debe hacer nada para jugarse la vida. Si hace falta se renuncia, se vende, se disimula, se miente, se lucha pero jamás uno se “rinde” cuando otro quiere arrebatarle su vida. ¿No nos pasa a nosotros, que somos capaces de disimular lo que haga falta para no perder ni siquiera un poco de comodidad? Pero en esto Joan Roig conocía bien la Sagrada Escritura, ya que no hizo nada más que cumplir en sí mismo lo que Jesús prometió en los evangelios: “Quien pierda su vida por mí, la salvará”. Su vista iba más allá de lo que sus ojos podían ver.

El 7 de noviembre Joan Roig será beatificado. Una beatificación no deja de ser un formalismo, ya que, en el mismo instante en que Joan Roig fue asesinado por causa de Cristo, ya fue aceptado por Dios en medio de sus santos. Pero la Iglesia quiere recordarlo, homenajearlo y sobretodo ponerlo como ejemplo. Los santos son ejemplos de vida, y Joan Roig cumple a la perfección este papel. Ejemplo de hijo, de estudiante, de catequista, de cristiano. Aunque no hubiera sido mártir, Joan tenía aptitudes para haber sido un buen santo. Pero sobretodo, Joan Roig es ejemplo de que los pequeños pueden llegar a hacer gestas realmente maravillosas, que nos sorprenden y que deberían hacernos reflexionar sobre nuestras propias capacidades. Pensemos en ello y sobretodo tengamos un mejor concepto la idea de santidad. Beato Joan Roig Diggle, intercede por nosotros!


 

Comentarios