Xavier Alarcon i Campdepadrós
En este marco de constancia y
paciencia es donde propongo conocer un poco la figura de Joan Roig Diggle
(1917-1936). Un joven de Barcelona, asesinado a los 19 años dentro de la
vorágine caótica que fue la Guerra Civil Española y que será beatificado el
próximo 7 de noviembre de 2020, en la basílica de la Sagrada Familia.
Su vida fue corta, muy corta.
Seguramente muchos de los que leáis esto ya seáis más mayores. Pero es curioso
cómo puede ser tan ejemplarizante, ya que en su brevedad destaca su intensidad.
Él era hijo de una familia de pequeños burgueses del Eixample de Barcelona, que
vivían cómodamente. Como él había muchos, así como ahora también hay muchos
chicos y chicas así en Barcelona, que estudian, juegan y se relacionan sin
muchas preocupaciones. Fue bautizado en la parroquia de la Concepción y pasó
allí su infancia y su primera adolescencia. Alumno aplicado, destacó en los
estudios, siendo elogiado por ello por propios y extraños. En 1927 cursa
estudios superiores en los Escolapios de la calle Diputación, haciendo grandes
amigos que lo acompañarían lo poco que le quedaría de vida. Su pequeña existencia
era cómoda, muy lejos de las duras jornadas de las fábricas, de las
enfermedades causadas por la pobreza o de los barrios marginales de barracas,
que también existían en la Barcelona de aquel momento, como también existen
ahora.
Pero aquí es donde radica la
grandeza del pequeño Joan. Él no fue el culpable de su desgracia, él no quiso
que su familia se arruinase. Tenía todo el derecho del mundo a sentirse
estafado y engañado, ya que él era inocente. Podía sentirse abandonado por Dios
y recriminarle que era injusto que ellos, que eran buena gente, se vieran
abocados a la pobreza. Pero en cambio no lo hizo. Es más, los últimos dos años
de vida fueron los más provechosos para Joan, los que más dedicó a pensar, a meditar
la realidad de la vida, y sobre todo a sentirse necesitado de Dios. Ante la
fragilidad del mundo burgués y terriblemente gris que representaba Barcelona,
en Masnou Joan quiso aspirar a una realidad de vida más grande, noble, y
sobretodo auténtica. Ante esta decisión de Joan, uno mismo no puede dejar de
preguntarse como reaccionaria si la vida se le arruinase de un día para otro…
Joan Roig se apunta a la Federación
de Jóvenes Cristianos de Cataluña, entidad dedicada al fomento de los valores
cristianos en la juventud, y siente un deseo enorme de llevar a Dios a los
demás. Se hace catequista en la parroquia de Sant Pere del Masnou, participa
activamente de las actividades de la Federación, profundiza su relación con la
Misa como nunca antes lo había hecho… Todo pasó muy rápido, incluso parecía que
tenía prisa, dado que, aunque nadie lo imaginaba, le quedaban solo dos años de
vida. Entregó toda la pasión de su juventud a intentar ser mejor persona.
Llegó el julio de 1936 y la Guerra
estalló. Aunque todos intuían la tormenta, nadie pensó en comprar paraguas. La
Iglesia fue expuesta al exterminio, y no solo hablo de curas y monjas, sino de
todos los cristianos y cristianas de buena voluntad. Los asesinatos se
multiplicaban exponencialmente, y la gente sintió verdadero terror. Joan Roig
tuvo que presenciar la destrucción de Sant Pere del Masnou y los locales de la
Federación donde él colaboraba. Ante esto, él optó por no acobardarse, se
arriesgó y siguió siendo cristiano, aun cuando nadie se lo pedía. Como Joan seguía
trabajando en Barcelona para mantener a su familia, aprovechaba estos viajes para
visitar a un sacerdote de su confianza, Mn. Pere Llumà, que le daba la
Eucaristía para que Joan la llevase, a escondidas, a gente del Masnou. Hasta
que el día 11 de setiembre de 1936 le interceptaron, la arrestaron y le
asesinaron. Que poco daño que hizo… pero que duro fue el castigo.
El martirio es algo que supera el
entendimiento de nuestro mundo moderno. Nadie es capaz de justificar que
alguien no defienda su vida, porque la vida lo es todo, y sin vida no hay nada.
La supervivencia está dentro de nuestro instinto más primario, y tenemos
grabado a fuego que uno mismo no debe hacer nada para jugarse la vida. Si hace
falta se renuncia, se vende, se disimula, se miente, se lucha pero jamás uno se
“rinde” cuando otro quiere arrebatarle su vida. ¿No nos pasa a nosotros, que
somos capaces de disimular lo que haga falta para no perder ni siquiera un poco
de comodidad? Pero en esto Joan Roig conocía bien la Sagrada Escritura, ya que
no hizo nada más que cumplir en sí mismo lo que Jesús prometió en los evangelios:
“Quien pierda su vida por mí, la salvará”. Su vista iba más allá de lo que sus
ojos podían ver.
El 7 de noviembre Joan Roig será
beatificado. Una beatificación no deja de ser un formalismo, ya que, en el
mismo instante en que Joan Roig fue asesinado por causa de Cristo, ya fue
aceptado por Dios en medio de sus santos. Pero la Iglesia quiere recordarlo, homenajearlo
y sobretodo ponerlo como ejemplo. Los santos son ejemplos de vida, y Joan Roig
cumple a la perfección este papel. Ejemplo de hijo, de estudiante, de
catequista, de cristiano. Aunque no hubiera sido mártir, Joan tenía aptitudes
para haber sido un buen santo. Pero sobretodo, Joan Roig es ejemplo de que los
pequeños pueden llegar a hacer gestas realmente maravillosas, que nos
sorprenden y que deberían hacernos reflexionar sobre nuestras propias
capacidades. Pensemos en ello y sobretodo tengamos un mejor concepto la idea de
santidad. Beato Joan Roig Diggle, intercede por nosotros!
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