Xavier
Alarcon i Campdepadrós
Se acercan las fiestas navideñas, y
en este año, marcado por la pandemia y las comunicaciones telemáticas, seguro que
se enviarán miles y miles de fotos con belenes y escenas del nacimiento de Jesús.
Se escribirán poemas, comentarios de ánimo, oraciones para pedir salud y buena
fortuna, y muchas peticiones con imágenes del Divino Niño. Seguramente muchas
de estas peticiones bienintencionadas ni siquiera vendrán de gente cristiana,
pero da igual, porque en estos días todos queremos desear buena suerte a
nuestros seres queridos.
Es tiempo de montar el Belén. Una
tradición muy nuestra y muy bonita, que nació en la Italia del siglo XIII,
cuando san Francisco corría por el mundo predicando la pobreza, la humildad y
la caridad con todos. En Cataluña fue de los primeros sitios de España en donde
se hicieron belenes, de manera que casi en cada casa había uno. Esto generó una
grandísima tradición que desembocaría, en los siglos XVIII y XIX, con la
fundación del Mercado de Santa Lucía.
Es tiempo de montar el Belén… pero,
¿alguna vez nos hemos planteado si lo montamos correctamente?
Con estas líneas, y siempre desde
la humildad, quisiera daros algunos consejos que creo que os serán útiles para
montar el belén, y no hablo de si comprar musgo natural o artificial, o de cómo
poner los reyes magos, sino de cómo vivir esta experiencia de manera más
cristiana, más espiritual, de forma más plena y rica.
En primer lugar, hemos de tener una
cosa muy clara. El Belén es la representación del nacimiento de Jesús, de la
entrada de Dios en medio de la condición humana. Para los cristianos auténticos
significa que esa imagen del Niño es una imagen sagrada, porque representa a
Dios mismo. Es una imagen divina y, a los ojos de la fe, está al mismo nivel
que una imagen de una iglesia. De hecho el libro del bendicional tiene
formularios para bendecir imágenes del Belén, como imágenes sagradas que son.
Con esto quiero decir que hemos de dar importancia a las imágenes. Que no sean
feas, o vulgares, o hechas de materiales que se presten a burla. Las imágenes
del Belén, aunque sean humildes, han de ser hechas o compradas con amor y
respeto.
En segundo lugar, el Belén no ha de
ser una decoración navideña más. Si ponemos el Belén al mismo nivel que el
árbol, las luces, los calcetines rojos en la chimenea o el Papanoel del balcón…
es que no lo valoramos; si pensamos en el Belén como un complemento más de las
fiestas, lo convertiremos en una decoración fría, sin vida, fácilmente
prescindible. El Belén ha de ser nuestra decoración más importante de Navidad,
porque no solo ha de decorar nuestra casa, sino también nuestra fe y nuestro
corazón. No lo vulgaricemos.
En tercer lugar, el Belén nunca ha
de montarse con prisas. Jamás. Si hemos de montarlo corriendo porque vienen
visitas o para que la abuela no se disguste, no lo valoramos, estamos haciendo
teatro. El Belén tiene que montarse con pausa. Sé que en estos tiempos que
corren la gente no tiene la calma necesaria para montar belenes, y es una pena.
Hagamos un esfuerzo. Dediquemos un tiempo, reservemos un momento para el Belén,
porque veréis que saldremos ganando todos.
En cuarto lugar, el Belén es un acto
comunitario, para hacer en familia, y da igual que tipo de familia tengamos,
porque el mensaje del Belén vale lo mismo para niños y ancianos, hombres y
mujeres, altos y bajos, morenos o rubios. Para los niños, obviamente, montar el
Belén es una fiesta. Pero a la vez puede convertirse en un actividad catequética
de primer orden, en la que los abuelos pueden enseñar a los nietos la historia
sagrada. De este modo los niños aprenden de manera plástica, y se aseguran un
vínculo afectivo y emocional con su entorno familiar en estas fechas. Yo mismo
soy la prueba de ello. Cuando era muy pequeño me emocionaba cuando íbamos con
mi padre y mi abuelo a la montaña a recoger el musgo para el suelo, ramas de
pino, tomillo y romero para hacer los
árboles, alguna piedra para hacer las montañas... Era toda una excursión familiar
y una experiencia ilusionante.
Después, en la casa, dejemos que
sea el niño el que dirija el montaje, bajo la supervisión y la capacidad de los
mayores para hacerle entender la importancia de lo que hace. Hemos de tener
cuidado con dejar que los niños se lo tomen como un juego, porque en realidad
no lo es. Si permitimos que los niños pongan sus juguetes, lo personalicen a su
antojo, y se pierda el sentido de lo que ocurre en la escena, estaremos
haciendo un flaco favor a la catequesis de nuestros pequeños, y no daremos la
importancia debida a lo que el Belén representa.
Si vivimos solos o ya somos
mayores, no pasa nada. El Belén puede montarse igual, pero mientras lo montamos
hemos de tener muy presente a nuestros seres queridos, familiares y amigos, y
rezar por ellos. Si os falta motivación, montad el Belén pensando que este acto
nos hermana con otras casas, con nuestros vecinos, con los otros cristianos de
nuestra cofradía o comunidad, con los otros miembros de esta gran familia que
es la Iglesia. Porque todos somos hijos de Dios, del Dios que representamos
bajo la humilde forma de un niño.
En quinto lugar, el Belén puede y
debe convertirse en una oración. Sería muy útil que, el día en que lo montemos,
leamos antes los evangelios de la infancia, que son los dos primeros capítulos
de los evangelios de san Mateo y san Lucas. Sería muy bonito poder leerlos en
voz alta delante de la familia, porque son cortitos y no molestan. Esto nos
dará la inspiración necesaria para hacer el Belén con fidelidad al Evangelio.
También sería bonito poder hacer una plegaria después de haberlo montado. No
importa si decidimos poner la imagen del Niño el día de Navidad, o bien antes…
rezad un padrenuestro justo antes de ponerlo. También rezad un avemaría antes
de poner la imagen de la Virgen, pidiéndole por vuestras intenciones. No os
imagináis lo que tranquiliza.
Por último, el Belén ha de ser un
elemento que ilumine y guie nuestro hogar el tiempo en el que esté montado. Que
tenga una iluminación adecuada, que haga casi como de luz permanente. Cuando
entremos en la casa hemos de percatarnos que el Belén está ahí, y hemos de
intentar comportarnos adecuadamente. Que la imagen del Belén nos recuerde que
las fechas que celebramos son fechas de esperanza, de la ilusión de saber que
Dios nació en la tierra, en medio de la miseria humana, para salvarnos de
nuestras debilidades, flaquezas y pecados. No importa la pobreza que tengas, no
importa si te han humillado o calumniado, no importa ser un desterrado y vivir
en una cueva o en la calle. Dios ha nacido también para ti, para todos. Si
hemos entendido esto, montar el Belén habrá cumplido su cometido.
Deseo y espero que montéis el Belén
como Dios manda.
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