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Catedral de Barcelona |
Xavier Alarcon i Campdepadrós
El día 8 de diciembre celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (llamada también Fiesta de la Purísima). Es día festivo y de solemnidad religiosa por ser la patrona principal del estado español, y una fiesta muy querida también porque suele ir unida al día de la Constitución, formando un puente de días festivos que se agradece después de un duro mes de noviembre. El contenido de esta fiesta, es decir el objeto que da motivo a su celebración, es el recuerdo de la concepción de la Virgen en el seno de su madre, Santa Ana. Los católicos creemos que esta concepción fue inmaculada en el sentido de que, aunque hija de padres mortales, no entró en la Virgen la semilla del pecado original que todos los humanos tenemos. Fue preservada del pecado original en vistas a acoger en su seno a Dios mismo.
Esta festividad es muy vivida en el mundo católico, y la iconografía típica de la Inmaculada (la Virgen vestida de azul y blanco) es casi omnipresente en la historia del arte y de la devoción mariana. Hoy quiero hacer un breve repaso del origen de esta fiesta, puesto que no siempre se celebró igual ni siempre tuvo el mismo sentido.
Santa Anna de Jerusalén |
La iglesia de Santa Ana de Jerusalén, origen de todo
La fiesta de la Inmaculada Concepción es un recuerdo del momento en que Joaquín y Ana, los padres de la Virgen, concibieron a su hija. Se celebra el día 8 de diciembre porque es nueve meses exactos antes de la fiesta del Nacimiento de la Virgen, que se celebra el día 8 de septiembre; es un proceso parecido al del día de la Encarnación del Señor (25 de abril), que se celebra nueve meses antes de Navidad. El día de la fiesta, pues, no se eligió para pretender seguir una fecha histórica estricta, sino para fijar un día que recuerde ese importante hecho, puesto que no existen datos para saber cuándo duró exactamente el embarazo de Santa Ana. Ahora bien, ¿por qué se considera que el día 8 de setiembre es la fecha del nacimiento de la Virgen María?
Hemos de entender, antes que nada, que los evangelios y los escritos de los primeros cristianos no dan ni una sola pista de las fechas en las que sucedieron los principales hechos de la vida de la Virgen; tampoco era su objetivo, ya que los evangelios están para justificar nuestra fe en que Jesús es Dios hecho hombre, no para hacer una crónica detallada de su vida. Pero a medida que pasaban los años, muchos cristianos empezaron a preguntarse sobre los detalles de la vida de Jesús y de su madre que no aparecían en los evangelios. Es de sentido común pensar que Santa María también tuvo una infancia, fue educada en la fe por sus padres, fue presentada al templo como lo fue Jesús, se desposó con San José, etc.
En Jerusalén, la cabeza del mundo cristiano durante los primeros siglos de la historia de la Iglesia, se fundaron y construyeron pequeñas iglesias u oratorios con el objetivo de recordar todos estos hechos de la vida de la Virgen. Estas iglesias eran el objetivo de muchos peregrinos que viajaban a la ciudad para imitar los pasos de Jesús en su propia tierra.
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Nea ekklesia de Justiniano |
A la hora de incluir las fiestas marianas en el calendario litúrgico, como no se conocían los días exactos en los que todo sucedió, muy a menudo se tomaba la fiesta de la consagración de una iglesia mariana para festejar. Por poner un ejemplo, el día 21 de noviembre celebramos la memoria de la Presentación de la Virgen en el Templo, porque fue un día 21 de noviembre del año 543 cuando se consagró la basílica de Santa María la Nueva en Jerusalén, hecha construir por el emperador Justiniano I en el centro de la ciudad.
De modo similar, en Jerusalén existía una iglesia dedicada al Nacimiento de la Virgen María, conocida como Basilica Sanctae Mariae ubi nata est (la Basílica en donde nació Santa María), que quería recordar el feliz nacimiento de la Madre de Dios. Estaba situada cerca de la piscina probática y hoy en día es la iglesia de Santa Ana de Jerusalén. Esta iglesia de la Natividad de Santa María era muy antigua, documentada en el siglo IV y nació con una función asistencial. Seguramente el día 8 de setiembre era el día que recordaba la consagración de esta iglesia, que guardaba la tradición de que allí había estado la casa de Joaquín y Ana. La fiesta del Nacimiento de Santa María quedó fijada el día 8 de setiembre, momento en que el calendario bizantino empieza su “año litúrgico”. Esta intuición bizantina tiene sentido, puesto que con el nacimiento de María empieza el Adviento de Jesús.
La fiesta de la Concepción de Santa Ana y su llegada a Europa
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Abrazo puerta dorada Moulins |
En el siglo VII ya se documenta la celebración de la “Concepción de santa Ana”, nueve meses antes de la Natividad de la Virgen, aunque solo en algunos lugares de Oriente, y dentro del ámbito monástico. El obispo san Andrés de Creta (660-740), monje del monasterio de San Sabas de Jerusalén, escribe los primeros sermones conservados para esta festividad en el siglo VIII. En el siglo X el emperador Basilio II decretó su fiesta por ley civil.
Inicialmente no se planteaba el hecho de que la Concepción de la Virgen fuera “Inmaculada”, ya que este concepto les quedaba lejos y les era ajeno; simplemente querían festejar la alegría de la concepción de la Madre de Jesús. Fue a medida que avanzaba la edad Media, y sobre todo en Occidente, cuando la teología evolucionó lo suficiente para afrontar la pregunta de si había pecado o no en la Virgen María, dando opiniones muy dispares.
La difusión de esta fiesta va de Oriente hasta Occidente pasando por el sur de Italia y Cerdeña, cuando aquellas tierras pertenecían al Imperio Bizantino. En la década del 850 la fiesta de la Inmaculada aparece el 9 de diciembre en el calendario de mármol de Nápoles. No es cierto que san Ildefonso de Sevilla (siglo VII) la instituyese en la Hispania visigótica; esto es una tradición de fínales de la edad Media sin base real alguna. En aquella época la gran fiesta mariana típica de los territorios hispánicos era la fiesta de la maternidad de la Virgen, es decir la Virgen de la Esperanza, el día 18 de diciembre. En el siglo XI la fiesta de la Concepción de Santa Ana llega a Inglaterra, aunque no de forma generalizada. Será el monje Anselmo el joven, sobrino de San Anselmo de Canterbury, quien la recupere y la difunda en el siglo XII, celebrándola el 8 de diciembre, y gracias a él volverá a saltar a Francia cerca del 1140.
La disputa inmaculista: franciscanos contra dominicos.
Ramón LLull |
Pero para entonces, en el siglo XII, la teología estaba muy desarrollada, y provocó la reprobación de algunos teólogos de renombre, destacando en primer lugar a San Bernardo (1090-1153). Cuando los canónigos de la catedral de Lyon le preguntaron sobre si debían celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, la respuesta del santo fue contundente: “no era posible que fuera santa antes de existir, ya que antes de ser concebida no existía” y considera que la transmisión del pecado original va ligado al acto generativo humano: “¿Cómo pudo estar ausente el pecado donde estuvo presente el placer sensual?”. La carta de San Bernardo tuvo una repercusión enorme, de manera que diferentes teólogos se decantaron tanto a favor como en su contra, empezando la “disputa inmaculista”, que no acabaría del todo hasta el siglo XIX.
A principios del siglo XIII surgió una fuerte disputa entre la escuela teológica de los dominicos (con Santo Tomás de Aquino a la cabeza) y la de los franciscanos (con Duns Escoto) por si la Virgen María era Inmaculada des de su concepción o no. Los argumentos bíblicos de los contrarios eran simples: toda la humanidad transmite el pecado original y todos necesitamos ser salvados por Dios, sin excepciones. Por el contrario, los inmaculistas, gracias sobre todo a las aportaciones del Beato Ramon Llull (1232-1315), defenderán que la Virgen María debía ser concebida sin pecado para poder ser un “digno” recipiente del Verbo de Dios encarnado. Las disputas se prolongarán por siglos, hasta que Pío IX el año 1854 zanjó por fin la polémica con la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de María.
La Inmaculada y la ciudad de Barcelona
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Arnau de Gurb |
Mientras los teólogos se peleaban en las tribunas de oradores, la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen se iba extendió poquito a poco entre las clases populares. En los territorios hispanos, Barcelona cuenta con el orgullo de ser la primera ciudad de la península en celebrar la fiesta de la Inmaculada. La Ciudad Condal contaba, ya des de inicios del siglo XIII, con un convento de dominicos (Santa Catalina) y con un convento de franciscanos (San Nicolás de Bari), y cada uno de ellos difundió su parecer sobre si la Virgen era Inmaculada o no. Pero fueron los franciscanos los que, de calle, se llevaron el gato al agua con la devoción a la Inmaculada. Convencieron al obispo de la ciudad, Arnau de Gurb, para que el año 1281 estableciera para los territorios del obispado de Barcelona la fiesta litúrgica de la Concepción Inmaculada de María. Como he dicho antes, Barcelona fue la primera gran ciudad de la península en celebrar de manera oficial esta fiesta. Años más tarde, en 1333, el rey Alfonso II fundó en Barcelona una cofradía bajo la advocación de “la Puríssima” conocida por la “Confraria de la Casa del Senyor Rei”, que al año siguiente se replicó en Zaragoza. Era una cofradía de nobles y dignatarios de la Ciudad.
La disputa sobre la Inmaculada, pero, estaban muy lejos de acabarse. En Europa había diócesis, reinos y príncipes a favor y en contra, y la Santa Sede no estaba por la labor de dar un veredicto rápido. La polémica inmaculista daba ya lugar a desórdenes públicos y, por ello tuvo que intervenir la autoridad de los reyes. Desde 1390, por decreto del rey Juan I, inmaculista declarado, quedaba terminantemente prohibido predicar en contra de la Inmaculada Concepción de María. Los Consellers de Barcelona mandaron que se celebrase con solemnidad la fiesta de «la Purísima» en toda la ciudad como fiesta de precepto. Al final, en 1394, el rey Juan I se había consagrado, él mismo junto con todos sus territorios, a la Inmaculada Concepción de María. Todos los habitantes de Mallorca, “de cualquier linaje, preeminencia, estamento o condición”, son invitados a celebrar el regalo de Dios concedido a María y por el cual los hijos de María, todos los creyentes, reciben gracias a través de la Madre Inmaculada. En 1456, Juan II de Aragón, al promulgar las Constituciones de Cataluña, puso pena de destierro a quien hablase contra la Inmaculada. Las Constituciones de Cataluña fue la primera carta magna de un estado en defender el dogma de la Inmaculada.
Para Barcelona, el final de la historia de amor hacia la Inmaculada llegó cuando en el siglo XVII la Inmaculada es proclamada patrona de la Ciudad. Durante las epidemias de peste que asolaron la ciudad en el año 1651, los Consellers de la Ciudad de Barcelona, afligidos por los estragos de la epidemia, se acogieron a la protección de María Inmaculada haciéndole ofrenda de las llaves de la Ciudad y “encomanant-li i suplicant-li encaridament fos servida de ser la guarda i custòdia desta Ciutat”. El año 1656, agradecidos los barceloneses por la protección de María, hicieron voto de “deffensar en tot temps sa pura e immaculada conceptió fins a morir”.
Bibliografia
—Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Virgen, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1945.
—José Antonio Peinado Guzmán, «Orígenes y desarrollo de la fiesta de la Inmaculada Concepción: la fiesta de la Concepción de María en España», Advocaciones Marianas de Gloria, San Lorenzo del Escorial, 2012, pp. 75-90.
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