¿La Virgen María sufrió dolores de parto?

 





Xavier Alarcon i Campdepadrós

Pasados los días centrales de la Navidad, en los que celebramos que Dios quiso ser un hombre y vivir entre nosotros, el calendario litúrgico nos va proporcionando fiestas para recordar algunos momentos de la infancia de ese Dios hecho hombre. La primera de ellas es la Sagrada Familia, que se celebra el domingo siguiente a Navidad. Después viene la fiesta del día 1 de enero, la fiesta de Santa María, madre de Dios, que recuerda la importancia de la Virgen y de su maternidad para que el plan de salvación de Dios se llevara a cabo. Antiguamente también se recordaba en este día la Circuncisión de Jesús y el momento en que se le impuso su nombre “Yeshua” (Dios salva), que significa lo mismo que Emmanuel (Dios está con nosotros).

No pensaba comentar mucho más sobre esta festividad, pero llegó a mi whatsapp la noticia de que el PSOE de Valencia había felicitado la Navidad con una estampa del parto de la Virgen, mostrando una María gritando de dolor mientras alumbra a Jesús, y se ve de forma explícita como el Niño sale del seno materno. La imagen en sí es agresiva, y precisamente los autores de ella argumentan su posición diciendo que estaban hartos de que la Iglesia quisiera disimular, falsear o edulcorar lo que era un parto, con todo lo que supone para una mujer un momento tan crucial y doloroso.

 Independientemente de la dosis de provocación política y cultural que tiene la “felicitación”, lo cierto es que me sirvió para escribir este texto y reflexionar un poco sobre qué significó el parto de Santa María, si realmente sufrió, y exponer qué se ha dicho y opinado al respecto. De paso, me haría muy feliz poder fortalecer un poco más los argumentos de nuestra maltratada fe católica. Quisiera hacer una reflexión un poco serena, ya que de seguida saltaron los hooligans de cada grupo a defender con uñas y dientes sus posiciones, no con la intención de reflexionar o dialogar, sino de imponer de manera agresiva y dogmática su postura, a veces sin plantearse siquiera si sus argumentos eran válidos o eran simples tonterías.

 Repasando los vastos y variados mundos de internet, los portales católicos se llenan la boca con citas de la Biblia y de los Santos antiguos para justificar que María no sufrió dolores, provocando en el público ateo o agnóstico una cierta risa y burla, ya que… ¿qué narices sabían los santos de medicina y qué sabe la Biblia de ginecología?, y lo más importante de todo… ¿quien estuvo presente en el parto de María para dar crónica de ello? Para la gente más crítica, intentar argumentar la ausencia de dolor del parto en María en base a reflexiones teológicas, escritas todas por hombres viejos, tiene el mismo valor que intentar operar un corazón abierto siguiendo un manual de poesía amorosa. Las opiniones de san Jerónimo, san Agustín o santo Tomás se antojan ridículas por ser viejas y no tener experiencia. Y lo cierto es que… están en su derecho de dudar. Los católicos no podemos exigir a la gente normal que crea en un hecho aparentemente absurdo simplemente porque lo dice nuestra religión y punto, solo porque lo dice un libro viejo de hace dos mil años.

 Si me lo permitís, quisiera abordar la maternidad de María no como la crónica de un parto humano, sino como si hablase de una operación quirúrgica total, llevada a cabo por Dios mismo, para extirpar el pecado de nuestra naturaleza y poder divinizarla. Lo que acabo de decir es una frase densa, por lo que intentaré explicarme hasta donde el misterio me lo permita, ya que no estoy en condiciones de que me excomulguen por hereje, ¡me moriría del susto, oiga!

 Nuestra fe nos dice que Jesús es perfecto Dios y perfecto hombre. Esta definición tan complicada trajo consigo siglos y siglos de disputas teológicas, que el Concilio de Nicea solo pudo “parchear”, ya que nunca acabaron, y siguen hasta la actualidad. Los cristianos, que venimos del judaísmo, no podemos entender con facilidad que Dios todopoderoso y creador, ser espiritual y eterno que estaba fuera del mundo, pudiese formar parte de este mismo mundo material. Cómo poder explicar que Jesús era un hombre real e histórico, pero a la vez explicar que venía del “Padre” no como una criatura más, si no que Jesús mismo procedía directamente de la esencia divina. Ese misterio de asumir que Dios pudo ser a la vez un hombre mortal es el gran escándalo que aún hoy enfurece a los ateos y asusta a los agnósticos.

 Pues bien, Jesús nació hombre, igual en todo a nosotros… excepto en el pecado… ¡Ay, el pecado! Eso que nadie tiene pero que todos practicamos… El pecado se puede definir como la acción y la voluntad de hacer el mal, un mal real, concreto y objetivo, sabiendo que se obra así y que ese acto tendrá consecuencias negativas. Yo prefiero camuflarlo un poco diciendo que el pecado es la tendencia natural del ser humano a querer vivir una vida más animal que no divina, simplemente porque somos animales y nos gusta serlo y no queremos renunciar a esa animalidad para alcanzar una existencia más angélica, ya sea por pereza, por miedo, o por considerarla un sueño o un imposible. Las consecuencias del pecado nos las explica el Génesis en forma de poema: en primer lugar el pecado produce vergüenza y miedo, después provoca mentira y genera odio mutuo, y acaba por provocar dolor y muerte.

 Pues bien… Dios quiso construir una humanidad nueva en base a un modelo nuevo, un modelo “original”, que ya no serían Adán y Eva, sino el propio Jesús y su madre María. Es por ello que madre e hijo no tenían pecado en su interior. Ésta es la segunda prueba para las mentes científicas de hoy en día… ¿qué significa que en un cuerpo no haya pecado? ¿En qué se diferenciaban Jesús y María del resto de personas? ¿En el ADN? ¿En la calidad de sus neuronas? ¿En su vida saludable?... La verdad es que no se sabe…. Aunque todo el mundo diga que Jesús y María eran hombres normales como los demás, nadie ha podido nunca estudiar y analizar un cuerpo sin pecado. Los dos únicos seres humanos que no tenían pecado están a día de hoy en el cielo, por lo que los científicos se han quedado sin sujetos de pruebas.

 El pecado provoca dolor… y un dolor estructural. Por ello la Biblia insistía tanto en que los dolores del parto eran fruto de la desobediencia de Eva, ya que pocas situaciones biológicas hay tan extrañas como un parto, un acto bello que genera vida, natural y cotidiano hasta el punto en que todos nacemos de uno, pero en cambio tan terriblemente doloroso para la mujer. De hecho, a día de hoy aún cuesta explicar porque el cuerpo humano no ha evolucionado hacía una menor ausencia de dolor y riesgo en el parto.

 La fe nos dice que Dios quiso concebirse en María de manera extraordinaria. Los evangelios hablan de que Dios rodeó a María con su sombra, sin hablar de sentimientos ni sensaciones. Que sepamos, no hubo ni placer ni dolor. Del mismo modo, la fe nos dice que el nacimiento de Dios fue extraordinario, ya que “Jesús pasó haciendo el bien” y empezó por respetar el cuerpo de su propia madre, de manera que la integridad de su seno no se rasgó o resintió. Los cuerpos sin pecado es lo que tienen… hacen las cosas sin dolor, y la virginidad de María no es solo una cursilería, es la prueba de que Dios no la “utilizó” para nacer, sino que la amó hasta el punto de construir en ella una naturaleza sin pecado, una naturaleza nueva. Y esa es la última prueba para aquellos que no son cristianos de verdad.

 La idea de que la naturaleza humana está marcada y dolida por el pecado es un pensamiento que repugna al mundo moderno, ya que consideran que el hombre actual es normal, y no ha de cambiar o mejorar nada. Imaginar una naturaleza humana mejorada o diferente les parece un absurdo y una estupidez, y más si lo dicen los curas y monjas. Para los hombres del siglo XXI la naturaleza es sabia y no necesita Dios que la mejore; la evolución biológica no se rige por patrones divinos. Por ello no soportan la idea de que Dios pueda hacer las cosas diferentes, de que Dios pudiera nacer sin provocar dolor en su madre, de que María fuera diferente a cualquier otra mujer. Para el mundo moderno la exclusividad molesta, ya todos quieren ser iguales: igual de ricos, igual de listos, igual de guapos… por ello, ante la duda de si Dios pudo actuar de diferente manera en María, la respuesta instintiva es ¡NO! Si yo nací con dolor, María también dio a luz con dolor. Y punto. Es igual de dogmático esto, que decir lo contrario.

 El parto de María es un misterio, pero un misterio que ha de animarnos a creer que un día nosotros también viviremos sin dolor, un día en que nuestros cuerpos no tendrán pecado. Para nosotros, ese parto sin dolor no es un absurdo o una cursilería, sino la esperanza de que nuestra naturaleza humana está llamada a ser divina, y a comportarse como tal. ¡Feliz fiesta de Santa María, madre de Dios!

 

 


Comentarios